Hace unos días nuestro hijo Benjamín, con apenas 18 días de nacido, nos hizo pasar el susto de nuestra vida. Era 01:00, en plena madrugada, cuando empezó a toser sin detenerse. Para padres primerizos como nosotros, era alarmante escucharlo hacer ese sonido, como si le faltara el aire. En ese momento, viendo la angustia de mi esposa, supe que no debía mostrar mi temor. Levanté a mi hijo en mis brazos y empecé a darle golpecitos en su espalda, mientras le decía a mi esposa: “Todo está bien”; cuando en realidad pensaba que esto era una situación de vida o muerte.

Luego de unos minutos Benjamín se tranquilizó y pudimos lograr que se duerma; pero esa noche no pude descansar y, hasta las 4 de la mañana, ponía mi mano en su pecho cada cinco minutos para asegurarme de que esté respirando bien.
Puede ser que en este momento estés preocupado por familiares que estén luchando por su vida; o veas las noticias, que cada vez son peores, y tu corazón se angustie queriendo tener el control de la situación. Tal vez has permitido que el temor te controle, pensando cuándo será el momento en que la crisis toque la puerta de tu casa; pero el salmo 121: 1-4 nos recuerda que Dios es nuestro guardador.

Si los padres primerizos sacrifican horas de sueño para velar por la salud de sus hijos, ¿cuánto más tu Padre que está en los cielos estará pendiente de cada minuto de tu vida y la de los tuyos? Pendiente de tus necesidades y tus faltantes, y escuchando atentamente tus peticiones. Recuerda que Dios es, sobre todas las cosas, nuestro Padre.