Cuando escuchamos la frase “ten paciencia” es muy difícil asimilarla, aceptarla y sobre todo ponerla en práctica, mucho más en momentos de desesperación o cuando queremos una respuesta inmediata.

Por muchos años pensé que la paciencia es la virtud o capacidad de esperar en completa calma algo que deseo, pero realmente he aprendido -dentro de muchos escenarios en mi vida- que la paciencia desarrolla mi confianza en Dios y forma una versión mejorada y desconocida de mí mismo.

En fin, sé que muchos estamos esperando que esta pandemia termine lo más pronto para retomar nuestras actividades, nuestra “vida normal” y tal vez cada noche al acostarte tu último pensamiento sea ¿Cuándo terminará esto?, pero la pregunta debería ser ¿Cómo seré yo al terminar este tiempo de espera?, ¿Seguiré siendo el mismo o saldré totalmente transformado en mi manera de pensar y vivir?

Al leer este Salmo, recordé una de las etapas más difíciles de mi vida, la muerte de mi papá. En ese momento creí y sentí que muchas cosas se fueron con él, como mi fe, mi esperanza y hasta mi futuro. Mi papá era la única persona que trabajaba en casa y era el proveedor de mi familia, mi mamá se dedicaba a los quehaceres del hogar y yo, hijo único, me dedicaba únicamente a estudiar. La vida me cambió de la noche a la mañana, tuve que empezar a estudiar y a trabajar, madurar rápidamente y tomar decisiones importantes que nos ayudarían a mi mamá y a mí a salir adelante.

Debo confesarte que en muchas ocasiones pensé que no habría una salida, sentía que estaba en un pozo de desesperación profundo y que mi problema era más grande que mi fe. Pero entendí que mi actitud en medio del proceso podía provocar que Dios inclinara su oído a mis oraciones y obrara milagros que sigo viviendo y disfrutando hasta el día de hoy.